La abolición de la particularidad

Por Natalia Cisterna

Una llanura es una extensa área de tierra plana o suavemente ondulada, caracterizada por la ausencia de elevaciones significativas.

En las últimas semanas he tenido varias conversaciones en las que en algún momento y de forma espontánea, alguien ha expresado cierto desasosiego frente a la falta de creatividad y de imaginación en sus núcleos de actividad profesional.

Una de esas conversaciones fue con el director de un centro educativo y su equipo más cercano. En el transcurso de la misma, señalaba que desde hacía un par de años, los proyectos de final de carrera eran todos iguales: “Son todos lo mismo. Las mismas propuestas, las misma reflexiones y me preocupa no estar fomentando en los alumnos una mirada crítica, más creativa, más personal. Es un copia-pega cada vez más evidente y esto no va en contra únicamente de su futuro profesional, también de la reputación de nuestro centro”. 

En conversaciones posteriores con amigos u otros profesionales, el tema del “aplanamiento” surgía de nuevo: falta de originalidad en las propuestas, en los entregables, en los artículos de opinión, en los post en redes sociales…

¿Quién no ha leído en LinkedIn en  los últimos meses criticar con acritud a esos textos que no son más que un folio en blanco tapando el folio blanco que hay debajo?

Y es que hoy todo parece hecho para cumplir con la estandarización funcional que demanda el sistema económico y por ende el cultural y el social. Hay que producir. A pesar de todo. Se ha multiplicado exponencialmente la subida de texto de cualquier tipo y prensa digital, empresas, blogs, etc. han optado por el volumen. La abundancia.

Hemos despreciado lo que antes nos parecía útil, para convertirlo en un mero trámite, en un check, en un KPI. Lo importante es subir, a diario, cuanto más mejor. Y en ese amor por la multiplicación, despojamos de sentido a la palabra misma. El contenido ya apenas contiene. La visibilidad ha desplazado la sedimentación, el recuerdo, la creatividad, lo particular, la esencia, el estilo.

Nos contamos que debemos colocar nuestra energía en lo importante, en lo que es más rentable a corto plazo. Es lo que hay. O te subes o desapareces. O creas contenido o escribes.

Hemos convertido el acto de escribir en un acto puramente transaccional y se nos olvida que coger un boli  o teclear para enfrentarnos a la labor de desarrollar un texto, es también darnos la oportunidad de pensar, de tomar decisiones, de construirnos. 

Por lo que habrás leído hasta ahora, puede parecerte que estoy en contra de usar las nuevas tecnologías, en concreto la IA generativa. Pero no es así. Yo la uso. Me he apoyado en ella muchas veces en los últimos meses, también a veces, lo confieso, empujada por la corriente, atrapada por este ritmo que la carne no soporta, en esa inercia que te “obliga” a cumplir con lo que todos y todas aceptamos a regañadientes pero sin parpadear. 

Eso sí, siempre he usado la fórmula mágica que un amigo muy sabio me dio hace un tiempo: humano-máquina-humano. O lo que es lo mismo: “Siempre tienes tú que acabar el trabajo”. Pero a pesar de la fórmula, para mi la gran grieta de la IA generativa es que te ofrece una inesquivable mejor versión de ti. Te aumenta. ¿Se dice así no?

He peloteado mucho con “la maquina”, y sí, me ha devuelto cosas increíbles que he ido copiando y pegando, reordenando, reescribiendo y ¿sabes qué? Que aunque el texto sea correcto, que aunque mis ideas e intenciones estén ahí reflejadas, cuando he terminado de escribirlo apenas me he visto en él. Porque ese “yo” que la máquina me devuelve, no es más que un reflejo de mi ego que me deja totalmente vacía y un desasosiego enorme.

Durante este tiempo he descubierto en “la máquina” muchas virtudes, pero también debo decir que prefiero, de lejos, escribir “a pelo”. No quiero correr, no quiero ser una versión aumentada de mi misma, no quiero escribir un artículo para cumplir con nadie más que conmigo y con aquellos que puedan llegar a leerme. Quiero disfrutar de la incertidumbre, del camino, de la frustración, del “no sé cómo voy a decir esto”, de tejer las palabras y enlazar los párrafos, de borrarlo todo y volver a empezar, de dejar de escribir cuando no estoy inspirada y también del punto y final que cierra un texto con el que me identifico plenamente aunque no sea perfecto.Porque aunque no use las metáforas más audaces, ni tenga el mejor estilo, así escribo yo. Esta soy yo. Y esa es mi frontera.

Escribo esto en la semana del gran apagón nacional. ¿Cuántos textos se habrán dejado de “producir” en un sólo día? ¿Cuántos habrán hecho el esfuerzo de escribir de nuevo?

Este es el artículo que hemos publicado este mes de abril de 2025 en nuestro fanzine digital RECREO. Si quieres suscribirte para ver el resto de contenido, puedes hacerlo en el formulario a pie de página.

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